A veces, cuando el ruido del mundo se disuelve y el corazón está quieto, la realidad empieza a hablar en un lenguaje diferente.
No usa palabras, ni signos evidentes, sino coincidencias que parecen imposibles, reflejos que nos devuelven lo que ya está dentro.
Un pensamiento, una palabra, un nombre…
Y de pronto el universo responde.
El instante se vuelve círculo perfecto, sin principio ni final.
Durante años me pregunté por qué ocurrían esas sincronicidades.
Por qué ciertas señales aparecían justo cuando más las necesitaba.
Pero con el tiempo comprendí que no había ningún misterio que resolver:
la vida misma es la respuesta.
Cuando la mente deja de dividir, cuando el yo se diluye en la totalidad, surge la comprensión silenciosa de que todo está ocurriendo como debe ocurrir.
Nada sobra, nada falta.
Incluso aquello que parece casual es parte del tejido invisible que une cada respiración, cada encuentro, cada pensamiento.
La sincronicidad no es magia ni milagro:
es el eco del Dharma(En sánscrito, en pali = dhamma) Uno de términos budistas ... Más recordándonos que no hay separación entre lo interno y lo externo.
Lo que pensamos, sentimos y soñamos vibra en la misma frecuencia que los árboles, las estrellas y los seres que amamos.
Y cuando estás preparado para escuchar,
el universo deja de ser un lugar ajeno y se convierte en un espejo que sonríe.
Respira.
Observa.
Confía.
Todo está en su lugar.
Namaste